A dos días de cumplir once años, Julián (mi primogénito) decía que no quería crecer más, que no quería hacerse mayor, no era la primera vez que se lo oía, así que aprovechando la holgura de las noches de verano le insistí en que desarrollara un poco más el enunciado. ¿Por qué? le pregunté: ¿qué es lo que temes? Nunca he conocido a ningún niño real que no quisiera crecer le decía, y él argumentaba, porque esta etapa es la mejor de todas las que hay mamá: jugar con mis amigos, con mis juguetes, vivir con vosotros, ser niño. Nunca ha tenido miedo de la muerte, desde muy pequeño decía que morirse es cerrar los ojitos y dormirse, entonces se encogía como una cochinilla, juntaba sus dos manitas y reposaba sobre ellas su cabecita fingiendo el descanso eterno, yo mientras pensaba que en eso de no temer a la muerte había salido a su padre porque, nada que ver con mi reacción con cuatro años cuando descubrí que al morirse uno, no le salen alas, más bien al contario, te cavan un hoyo para que te hundas y no puedas volver a salir de él. Julián, le sonreí, creo que tienes el complejo de Peter Pan, pero me miraba extrañado. He conocido a muchos adultos que no quieren crecer, pero de niños niños, así como tú, no he tenido nunca noticia; después de la infancia viene la adolescencia que te va a parecer mucho mejor que la niñez, de hecho, querrás alejarte de ella hasta que empieces la universidad, entonces, la etapa universitaria te parecerá la mejor de todas, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo… Empezó a ponerse nervioso y a tocarse los ojos (suerte que la densidad de sus pestañas para muchas infecciones y sostienen lágrimas) pero mamá, tú que has vivido todas ¿la infancia es la mejor verdad?
Su duda honesta, genuina y original me bloqueó, vi como en la comisura de sus labios se le dibujaba la respuesta presentida, a modo de ce cóncava, como un arco romano bien definido, rápidamente pregunté a Jose (el benjamín) si él quería crecer, yo sí mamá, pero no añadió más, él que siempre tiene algo que decir, también era todo oídos. No me quedó más remedio que responder sí, mientras en mi cabeza, a modo de estrellas fugaces, brillaba la historia de Siddhartha, un artículo de Marías sobre la sobreprotección, pero sobre todo vi el resplandor que desprenden todos los cuentos no adulterados que vamos descubriendo juntos, línea, a línea, asombro, tras asombro… Es la mejor etapa de todas, Julián. Es mágica. La infancia es un regalo, pero eso sólo lo sabréis conforme vayan pasando los años.
Mamá (ya lloraba) no sé algo habrá parar detener el tiempo, ¿algo? e inconscientemente (pero también porque la habíamos estado escuchando hacía un par de días en el coche) le respondí cantando, pero el tiempo no se puede detener. Y se me abrió el cielo: ¿os acordáis el otro día en el coche cuando escuchamos esta canción que empezaba…? y entoné:
De pequeño frente a un calendario pregunté:
En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
Algo más, oí, nos queda un poco más.
No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
“¿para qué?” me dijo, “¿para qué?
¿Cómo conseguía él parar el tiempo? ¿Os acordáis? No, dijeron los dos al unísono. Él decía “entre libros y canciones un día pensé que tal vez el tiempo se podría detener ¿Sabéis por qué a mamá le encanta jugar al baloncesto? porque vuelvo a ser niña otra vez, como si nunca me hubiera hecho mayor, es maravilloso tener esos vínculos directos con los momentos más felices de tu vida, y aunque ya no juegue con Carmen, Sandra, María, o mis hermanas, lo hago con otras mujeres que me recuerdan lo divertido que era. Noté como la tristeza se desvanecía y salía trepando sigilosamente por la ventana abierta de la habitación. Por eso es tan importante que ahora juguéis y practiquéis deporte, que os perdáis por la naturaleza porque vuestros sentidos tienen memoria. Me ocurre algo parecido cuando leo, ahí sí soy capaz de detener el tiempo, de salirme de él. La mente no envejece, solo lo hace el cuerpo, ¿quién te ha enseñado eso? El otro día en la playa, el hombre (surfero) que empezó hablar con papá. Lo dijo un par de veces, “la mente no envejece solo lo hace el cuerpo”. Exacto, eso es, buenísimo resumen, es justo de lo que estamos hablando. Mamá, dime, quiero que sigas leyéndome siempre cuentos, yo también, añadió Jose, tranquilos porque pienso hacerlo toda la vida, compartir estas historias con vosotros, nuevas también para mí, me está encantando: qué manera tan bonita de explicar qué es la maldad ¿verdad? Sí, un trocito minúsculo de cristal que se cuela por las retinas de las personas y deforman lo que ven. Mañana la continuamos, ahora un poquito de Pippi:
“síii”