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Warhol en Pollock, y viceversa

Estoy pensando en estos dos murales: el Gran Mural (1943) de Jackson Pollock, e Hilos (1983) de Andy Warhol,que pudieron verse hace dos veranos en el Museo Picasso Málaga. Dos poéticas artísticas, en principio, tan lejanas como es el Expresionismo Abstracto Americano, del Pop Art. Como lo eran, en apariencia, el mismo Pollock de Warhol.

Gran Mural, 1943. Jackson Pollock

Gran Mural, 1943. Jackson Pollock

Hilos, 1983. Andy Warhol

Hilos, 1983. Andy Warhol

 

Creo que hubiera sido interesante exhibir uno frente otro, porque sin ser ninguna la obra paradigmática que define el estilo que encumbraron (Hilos de Warhol, es una pieza abstracta de su último periodo y, el Gran mural de Pollock, por el contrario, supone su fin inmediato como figurativo), reflejan muy bien las características formales de la corriente que encabezaron: donde en uno hay vitalidad, en otro indiferencia, donde uno expresa emoción, el otro distancia, donde en uno hay simbolismo, en otro casi la nada… Pero sobre todo creo, reflejan muy bien la pugna interior de ambos artistas: Warhol queriendo ser abstracto, pero con apariencia figurativa, y Pollock necesitando ser figurativo para ser plenamente abstracto.

Es sabido que Warhol solía preguntar a los trabajadores de su Factory “¿Qué puedo hacer que sea figurativo y abstracto a la vez?”Lo cierto es que su obra, paradójicamente, nadaría muy cerca de los límites y las características que el “buen arte abstracto” requería:  “frontalidad, bidimensionalidad y falta de narración” . En la década de los setenta, unos 10 años después de irrumpir en el Pop con sus Marilyns y sillas eléctricas, Warhol se acerca a la pintura abstracta expresionista en un intento (según la crítica) de sacudirse la etiqueta de pintor de famosos. Primero experimentará con sus Oxidation y Shadows paintings, y luego, con Hilos.  En sus Oxidation Painting (o Pinturas Piss) superará incluso el modo de proceder de Pollock al sustituir, directamente, la lata de pintura por el miembro viril; él insistirá en la destreza que había detrás de orinar sobre el lienzo, en el esfuerzo que suponía imaginar un buen diseño.

Pese a la ironía, Warhol acudía, evocaba, a Pollock, al último pintor romántico, para defender su propia genialidad y originalidad. Una genialidad que, por otro parte,  el propio Pollock fue incapaz de defender pasado el verano de 1950. “Algo de mis tempranas imágenes volviendo” decía, lo que significaba regresar al tipo de pintura semifigurativa que realizaba en los años treinta y cuarenta. Volver a este Mural de 1943 que evocaba imágenes, algo que la modernidad ya no le permitía. (Méndez Baiges, 2018)

Lo primero que llama nuestra atención observando el Mural es esa amalgama de colores, de trazos negros curvos, que parecen brotar del mismo suelo, tal vez del infierno, con energía y movimiento. Se ha relatado que podría estar representando un cuerpo moviéndose, rostros (Iowa Museum of Art, 2014) Da la sensación, en cualquier caso, de que esas manchas están ocultando el propio tema pictórico de forma deliberada. Y siempre podría haber sido así, porque según algunos teóricos, Pollock pintaba desde el inconsciente, con imágenes que nacían de su recuerdo. Acerca de este mural él mismo dirá que: “eran los caballos que veía correr en su infancia”, lo que significaría, por tanto, que sus obras siempre tuvieron intención figurativa, que sus madejas de hilo estaban ocultando precisamente eso. (Krauss, Rosalind. 2007).    

Por contra, si observamos el mural de Warhol, sus hilos (drippings) son más sutiles y distantes; los colores parecen que no quieren tocarse, y si lo hacen, no se mezclan, justo como haría una estrella del Pop en un club de fiesta. Estamos ante una pieza fría, vacía, producida mecánicamente y que viene casi de ninguna parte.Y, aunque en un primer momento se podría interpretar esta serie de Hilos como una broma, una ironía más (como la descrita anteriormente en su serie de “Pinturas Piss”) creemos, sin embargo, que en esta ocasión, Warhol está rindiendo un bonito y sincero homenaje a Jackson Pollock y al Expresionismo Abstracto, y que lo hace además de forma figurativa y abstracta, como finalmente era la voluntad de ambos artistas.

Pese a la abstracción, estamos ante un retrato-figurativo de Pollock, similar a los que Andy Warhol pintara en la época dorada del Pop. De hecho, la propia biografía de Jackson Pollock es fácilmente narrable como pieza pop: el pintor más famoso de su época, que víctima de su propia fama y alcoholismo, estrella su coche contra un árbol perdiendo la vida. Creo además que estamos ante un retrato figurativo porque es imposible (al menos para una historiadora del arte del XXI) mirar estos Hilos y no pensar en Jackson Pollock: no visualizarlo a él, a su imagen. Warhol a menudo (y esto es una característica propia) elude el tema principal que está representado. Ahora, tenemos de nuevo la oportunidad de toparnos con él en el Museo Picasso Málaga, y ver serigrafías de Jacqueline Kennedy (aunque el tema es el asesinato de John Kennedy), sobre sus sillas eléctrica, aunque realmente estemos pensando en el condenado. Aquí pasa lo mismo, no vemos el rostro de Pollock, pero sí lo vemos: reconocemos su autógrafo, su firma, que es tanto más que su parecido.

Pero creo que el homenaje va más allá de este retrato, creo que Warhol está legitimando el Expresionismo abstracto a través de este mural-borrador, diciéndonos en cierta manera (y esto es opinión personal basada en mi propia contemplación, me acojo a la libertad de interpretación a la que invita Gadamer): que sus goteos, sus propios drippings, no pueden imitar las madejas de hilos de Pollock; que éstas además, no se dejan reproducir mecanicamente. Creo que nos está diciendo que la abstracción de Pollock era efectivamente: “emotiva, dramática, que nacía de su fuero interno siendo original, única, singular…” aunque él hubiese hecho añicos todos esos valores.

 

BIBLIOGRAFÍA

Brooklyn Museum. Andy Warhol: The Last Decade (June 18–September 12, 2010). Online: https://www.brooklynmuseum.org/exhibitions/andy_warhol[29/06/2018]

Christies’ Gallery. Andy Warhol (1928-1987): Oxidation Painting. On line: https://www.christies.com/lotfinder/Lot/andy-warhol-1928-1987-oxidation-painting-5074062-details.aspx [29/06/2018]

Krauss, Rosalind (2006) “1949”. En: Arte desde 1900. Madrid: Akal, pp. 355-359.

Méndez Baiges, Maite (2007). Camuflaje: engaño y ocultación en el arte contemporáneo. Siruela: Madrid. Biblioteca Azul (serie mínim); nº18.

Yve-Alain-Bois (2006) “1948” En: Arte desde 1900. Madrid: Akal, pp.350-355.

VVAA. (2006). Arte desde 1900. Madrid: Akal.

Janet Cardiff y Georges Bures Miller

En la primavera del 2007 el Museu d’Art Contemporani de Barcelona se llenó con las voces, los ruidos, y las melodías provenientes de las instalaciones sonoras del tándem artístico Janet Cardiff  y George Bures Miller. La exhibición, en colaboración  con el Institut Mathildenhöhe (Darmstadt, Alemania), recogía el trabajo de los últimos 10 años de esta pareja canadiense interesada en recrear experiencias fílmicas, operísticas y literarias, mediante grabaciones sonoras meticulosamente trabajadas y sofisticadas escenografías.

Cuando una piensa en arte sonoro, lo primero que le suele venir a la cabeza son ruidos, sin embargo sus instalaciones, lejos de nutrirse de la tradición abstracta, sesuda, minimalista del arte sonoro de los últimos 60 años, se enriquece de las aportaciones y la narrativida que han caracterizado al lenguaje radiofónico este último siglo: diálogos, efectos, música y montaje recrean experiencias fílmicas, primero a través del oído, y luego la vista.

En The Paradise Institute (2001) encontramos un ejemplo de esta recreaciones. Gracias a un juego de acusadas perspectivas, Cardiff y Bures Miller, consiguen ubicar al espectador en un viejo y enorme teatro donde se está proyectando una película. Pero la experiencia fílmica, lo que nos hace sentarnos en una sala, no es la imagen, ni el sonido de la pantalla, sino el ruido proveniente de unos espectadores que no vemos pero que oímos moverse, respirar, susurrar…

Una de las piezas más inquietantes exhibidas fue The Killing Machine (2007). Haciendo alusión directa a las sillas letales estadounidenses, la máquina parece sacada de una película de David Lynch (de hecho, Lynch es uno de sus directores favoritos) y no nos extraña, ya que los tres artistas se muestran afines a la hora de explorar el lado oscuro y perverso del hombre. Contemplar esta instalación, era como observar a un hermoso y terrorífico animal, moviéndose con gracia desde la barrera. Algo similar a lo que podíamos ver siempre al comienzo de Twin Peaks, donde una máquina eléctrica era mostrada bajo un prisma humano y siniestro, desconcertante y atractivo.

The Killing Machine

The Killing Machine

 

Mirar cubismo ¿para qué?

Ir a una exposición cubista para un historiador del arte cualquiera, tiene que ser similar a enfrentarse a un teorema pitagórico para una matemática inexperta: no puedo imaginar visita expositiva más difícil o, una forma más complicada de pasar las horas libre de ocio para quien tiene prisa, y/o entra despistado a un museo.

Kandinsky en “De lo espiritual en el arte” (1911) escribió algo así:

“Y luego se van [del Museo] ni más ricos, ni más pobres, y vuelven a sus preocupaciones cotidianas, que no tienen nada que ver con el arte ¿para qué han venido? (LEÓN, Aurora. El museo: teoría, praxis y utopía. 8ªed. Madrid: Cátedra, 2010.)

Ese “¿para qué han venido?”, me acompaña desde hace poco a las exposiciones a las que acudo, como un eco descreído y constante que no deja pasar ni una, y cuestiona todo el tiempo, qué miro, cómo miro, para qué  y por qué miro. Con esta idea, con la de destinar la vista a la OBSERVACIÓN y no a la lectura de: paredes de bienvenida, de folletos explicativos, o incluso de las etiquetas de los cuadros (que puede llegar a ser bastante fatigoso), fui a la exposición; Juan Gris, María Blanchard y los cubismos (1916-1927), que se celebró este invierno en el Museo Carmen Thyssen de Málaga.

Han pasado ya algo más de cuatro meses desde que estuve, y ahora, releyendo las notas de la  exposición (no recuerdo muy bien a qué cuadro pertenecen) las cuales tomé para mí, mientras me obligaba a mirar, o precisamente porque estaba mirando. Las comparto, con algo de pudor, por la escasa importancia de éstas: se tratan por lo general de anotaciones sencillas, reflexiones delgadas, pero que de no haberme obligado a mirar, a tomarlas, habrían sido en su mayoría cuadros fugaces acompañados de textos instantáneos, que no dicen nada.

Es difícil empezar mirar. Es difícil el cubismo, pero el acercamiento múltiple, facetado, el propio de cada uno de los artistas allí representados, hizo más accesible la visita, muy al contrario de lo que yo pensaba cuando me compré la entrada: “cubismo sobre cubismo, ¿dónde me he metido?”.

Jose Moreno Villa. Bodegón con Guitarra (1925)

Moreno Villa. Bodegón con Guitarra (1925)

Moreno Villa. Bodegón con Guitarra (1925)

“Unión de todo. Sin aire. Sin espacio. Sin perspectiva. Entre asfixiante y sosegado.Todo es una cosa. Simultaneidad de funciones; una partitura que también es una guitarra, y una mesa y una silla. No hay tema, no hay historia. Ni color  (tonos crudo, misma pincelada) ¿Qué querían que viésemos?” Reconocemos lo que vemos, (un bodegón) pero cuesta algo visualizarlo porque tenemos que buscar los límites de cada cosa representada, es pues, ahora (entonces) cuando nos detenemos a mirar y analizamos la pintura, la plasticidad, la instantaneidad”.  

Juan Gris. Arlequín con Botella, Juan Gris, (1919)

Juan Gris. Arlequín con Botella, Juan Gris, (1919)

Juan Gris. Arlequín con Botella, Juan Gris, (1919)

Algunos cuadros de Juan Gris, están trabajados como si se tratarán de madera. De una xilografía. Primera imprenta. Otros sin embargo, tienen una factura impecable, incluso diría que cuenta con distintas calidades texturales. Este cuadro de Juan Gris en concreto, tiene (para mí) un doble mensaje: por un lado, el tratamiento rudimentario del arlequín evoca a las primeras xilografías, señala los comienzo de la imprenta, que supuso una nueva era, y por otro; el hecho de que sea un arlequín, y hablando de comienzos, trae a la memoria también, los que pintará Picasso en su época azul cuando empezaba”. (Me pareció muy nostálgica, nunca habría pensado que el cubismo despertara esa emoción).

Juan Gris. Guitarra y frutera (1918)

Juan Gris. Guitarra y frutero, Juan Gris, (1918)

Juan Gris. Guitarra y frutero, Juan Gris, (1918)

Geometría. Trecento. Recuerda a los cuadros de Mantegna. Estilo que recuerda a otros estilos. Pintura Egipcia”. De nuevo a hondo en la idea de, principios, de comienzos, al fin y al cabo, la pintura egipcia es el primer movimiento plenamente artístico que estudiamos en las escuelas, caracterizado por su geometrización, por su curiosa perspectiva: esa que representa de perfil lo que únicamente sería posible ver frontalmente…

Al final de la visita caí en la cuenta de que había  cuadros cubistas y cuadros que estaban representando el cubismo, y otros que están pintados al estilo cubista y los que homenajean al cubismo (uno de tamaño mediano, con fondo azul y mesa en perspectiva, que sostenía un bodegón cubista, pero el cuadro en sí no lo era, creo que pertenecía a Jean Metzinger, pero no estoy muy segura)

A esa conexión también ayudó el espacio expositivo, sobre todo la iluminación, que era casi perfecta: las luces tenues de la sala, y la oscuridad de las paredes, conseguían que las cuadros (todos) destacasen cual tesoros colgados. Era como estar dentro de una tumba faraónica de época imperial que va descubriéndote sus jeroglíficos (perdón por la sofisticación de la metáfora). Por seguir enlazado, fui sobre todo porque el comisario era el profesor-catedrático más carismático de la facultad, y quería rememorar algunas de sus clases, algunos momentos, a algunos compañeros. Porque quería, en definitiva, darme una nueva oportunidad. Dejo para la siguiente exposición cubista buscar rastros de sentimentalismos y nostalgia, porque en los cuadros de Juan Gris habitaban esas dos emociones.

ilouvretheprado

Confieso que no me acostumbro a mirar videos de artistas del siglo XX en Internet. Cada vez que tropiezo con una entrevista a Duchamp, o con un fragmento de Kandinsky, quedo tan maravillada como lo estarían mis abuelos o, el propio Pablo Picasso ante la televisión* Esta fascinación es consecuencia de mi antiguo cerebro, ese que estaba acostumbrado a estudiar Historia del Arte con los apuntes de Almudena y los libros de la biblioteca, y que veía además, como cosa de privilegiados -y poliglotas-, acceder a los archivos museísticos donde cabría encontrar este tipo de documentación.

En el video que adjunto, vemos a Richard Hamilton junto con la responsable de la exposición “Las Meninas de Richard Hamilton “, comentando el origen de este proyecto, dice “…como mucho de los trabajos que he realizado, es consecuencia de un encargo más […]  Se trataba de homenajear a Pablo Picasso en su 90 cumpleaños. ¿Cómo se puede homenajear Picasso?…es imposible” ríe.

Llama la atención, no obstante, que en repetidas ocasiones se refiere a su trabajo de artista, como “trabajos de encargos”, alejándose, de alguna manera, de la imagen de genio frívolo que envolvían a muchos artistas pop. De hecho la proyección de Hamiltón va más allá del Pop: teórico, diseñador industrial, gráfico, pintor…

Escribía Hal Foster en un Artforum de hace un par de años, que Hamilton era el último pintor vivo que nos quedaba; que a diferencia de Warhol o Lichtenstein, él no había copiado las formas publicitarias que engloban al Arte Pop, sino los mecanismos del deseo que estos encerraban. La preocupación del pintor, continuaba el crítico americano, era crear un nuevo lenguaje pictórico que asimilara la influencia de la alta y baja cultura sin que éstas se diferenciaran.

En otro momento del video, le preguntan si está feliz de que su trabajo se encuentre en el Museo del Prado, “es un sentimiento cercano al éxtasis” responde, mientras alza la vista con pleitesía. La risas continúan rememorando su casa de Cádaques, “una ruina”, o recordando momentos de aquel proyecto (el de las Meninas) que ya había olvidado: “Ah, veo que me coloqué junto con mi esposa en el primer estudio. Siempre pensé que lo había hecho en el último”. Y se le escapa otra sonora carcajada, que tiene su gracia porque minutos después se hablará de los egos de Picasso y Velázquez.

Creo que podría mirar este video durante horas, tanto por la amabilidad que desprende Hamilton, como por la preciosa luz blanca que lo envuelve. Blancura que expresa, además de conocimiento y bondad, ese tiempo irreal que transcurre en los museos donde se mezcla continuamente lo eterno y lo perecedero.

Y ahí está ese perro, al que el cámara encuadra con toda la intención, y que parece haberse salido del lienzo gracias a la maestría de Velázquez para sentarse entre los dos interlocutores y, seguir tranquilamente la charla, como hacemos tú y yo.

 

Richard Hamilton en el Museo del Prado

Una conversación entre Richard Hamilton y Manuela Mena

*Picasso TV: 30 de junio 16 noviembre, 2014. Museo Picasso Málaga, aquí

Del cuadro al fotograma

Dies Irae, Carl Dreyer (1943)

Dies Irae, Carl Dreyer (1943)

Podría ser una imagen sacada de un lienzo del siglo XVII holandés. Formar parte de  unos de esos cuadros que tan sabiamente recogieron y poetizaron los detalles anodinos de la existencia de la mujer: cuando se acodaba en una silla, leía una carta o miraba distraída un momento cualquiera de la blanca mañana. Pero, pese a todas las características formales que se le son aplicables (la cotidianidad del gesto, la vestimenta o la misma ventana), el trasfondo de este fotograma, su expresión vital, está muy alejado de la calma y quietud que el universo femenino holandés suele transpirar.

Si nos detenemos en la luz, observaremos que pese a ser clara, ni difumina, ni colorea los contornos (como pasaba en la escuela flamenca), sino más bien perfila las facciones del rostro ocultándonos su mirada, la cual presentimos oscura y turbia, como las sombras que la enmarca. Ella además mira de soslayo, entregada completamente a lo que está pasando fuera de esos muros. La atención está en la calle, en un verdadero contraste con los cuadros flamencos, donde el motivo de interés está única y exclusivamente dentro del cuadro: nada de lo que provenga de fuera parece interesar a aquellas mujeres absortas en sus tareas, lejos del mundo que las rodea, pese a la amplitud y apertura de sus ventanales…

No puedo dejar de recomendar Dies Irae, y más en estos días de procesiones y vigías que nos recuerdan nuestros pecados y ofensas, pero también nos redimen de ellas. Es una obra maestra, llena de contraste, de luces y sombras, donde cada uno de sus personajes merece ser tanto salvado, como condenado, como cualquier hijo de vecino.

 

Children not looking at Modern Art

Children not looking at Modern Art

Children not looking at Modern Art

Malevich

Malevich y la Vanguardia Rusia, Stedelijk (Amsterdam)

Malevich y la Vanguardia Rusia, Stedelijk (Amsterdam)

“Esta pared es la que más me gusta. Es curioso, si te fijas en el cuadrado, en el cuadro, que es una cruz negra, no es simétrico al 100%. Me encanta ese contrapunto, ¿por qué será? Pasa con más obras, ¿unicidad ?. -Ni idea, quedan tan lejos las clases de historia del arte.”

“Negro, negro, rojo, negro, amarillo.”

“No le entiendo muy bien, pero me gusta algo. Entonces esto es arte, para vosotros es arte, verdad? A mí me parece que al artista se le va un poco, pero no sé mola, tiene como coherencia. ”

“ Esta silla, ¿escultura u objeto?”

“¿Qué fue antes el Constructivismo o el Suprematismo? Ah, espera, el Constructivismo primero, y luego el Suprematismo que es lo mismo pero en pintura”

“palo, cuadrado, círculo, círculo, cuadradito”

“Se inició con las ideas del pintor Kasimir Malévich, quien promovía la abstracción geométrica y el arte abstracto, en búsqueda de la supremacía de la nada y la representación del universo sin objetos. El Suprematismo rechazaba el arte convencional buscando la pura sensibilidad a través de la abstracción geométrica…”

Anciana leyendo

Anciana leyendo o La profetisa Ana (1631), Rijksmuseum, Amsterdam

Anciana leyendo o La profetisa Ana (1631), Rijksmuseum, Amsterdam

CARLOS, el del pelo blanco, una tarde muy tarde en la biblioteca intentaba que mi análisis de la imagen fuera más allá del texto que acompañaban a las ilustraciones. “Que te olvides de las características. ¿Tú qué ves ahí?…” La verdad era que no me atrevía a mirar por si no veía nada.

Ahora frente a Anciana leyendo (1631) de Rembrandt, he decidido pararme y mirar. Dejando a un lado lo que dice el rotulo, tengo la sensación de que Rembrandt ha querido establecer aquí una especie de paralelismo, entre la anciana que lee las sagradas escrituras aprovechando las últimas luces de la tarde (¡), con el espectador que también mira o lee,  lo que la luz del cuadro le permite ver. Me gusta pensar que el pintor pretendía trasladar a la pintura lo mismo que ocurre cuando nos quedamos de repente a oscuras en una habitación que estaba muy iluminada.

Al principio no vemos nada, pero una vez el ojo se ha acostumbrado a la oscuridad, empezamos a ver nuevamente los objetos que habían quedado ocultos, dándonos cuenta de que el rostro de la anciana, que antes nos parecía borroso, está sólo ensombrecido y tratado con tanto esmero como su mano.

Richard Hamilton

“Las bellas artes pueden valorarse en función de juicios de valor y sus cualidades no son transitorias, mientras que los valores del arte pop se determinan en virtud de su aceptación masiva y acabarán siendo prescindibles. Lo que podría empezar a preocuparnos hoy es por qué las bellas artes van adquiriendo todas las características del pop.”

Richard Hamilton en: “La cultura de masas
y la responsabilidad personal” 1960

 

Ubuweb o Todos los libros que me faltan por leer


UNA navegando por Ubuweb se encuentra con una joya documental como esta: la inauguración de “Responsive Eye” en el MoMA . La exposición es sobre Op Art y la película la grabó Brian de Palma en 1966. Merece la pena recorrer las salas acompañada por el comisario y Rudolf Arnheim, así como ver el ambientillo del museo con todas esas señoras tan arregladas y extravangantes, y algún que otro, albañil metido en faena.

Lo mejor: un jovencísimo David Hockney comentado que detesta todo lo que ve. Todo en 26 minutos. Imprescindible!