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Janet Cardiff y Georges Bures Miller

En la primavera del 2007 el Museu d’Art Contemporani de Barcelona se llenó con las voces, los ruidos, y las melodías provenientes de las instalaciones sonoras del tándem artístico Janet Cardiff  y George Bures Miller. La exhibición, en colaboración  con el Institut Mathildenhöhe (Darmstadt, Alemania), recogía el trabajo de los últimos 10 años de esta pareja canadiense interesada en recrear experiencias fílmicas, operísticas y literarias, mediante grabaciones sonoras meticulosamente trabajadas y sofisticadas escenografías.

Cuando una piensa en arte sonoro, lo primero que le suele venir a la cabeza son ruidos, sin embargo sus instalaciones, lejos de nutrirse de la tradición abstracta, sesuda, minimalista del arte sonoro de los últimos 60 años, se enriquece de las aportaciones y la narrativida que han caracterizado al lenguaje radiofónico este último siglo: diálogos, efectos, música y montaje recrean experiencias fílmicas, primero a través del oído, y luego la vista.

En The Paradise Institute (2001) encontramos un ejemplo de esta recreaciones. Gracias a un juego de acusadas perspectivas, Cardiff y Bures Miller, consiguen ubicar al espectador en un viejo y enorme teatro donde se está proyectando una película. Pero la experiencia fílmica, lo que nos hace sentarnos en una sala, no es la imagen, ni el sonido de la pantalla, sino el ruido proveniente de unos espectadores que no vemos pero que oímos moverse, respirar, susurrar…

Una de las piezas más inquietantes exhibidas fue The Killing Machine (2007). Haciendo alusión directa a las sillas letales estadounidenses, la máquina parece sacada de una película de David Lynch (de hecho, Lynch es uno de sus directores favoritos) y no nos extraña, ya que los tres artistas se muestran afines a la hora de explorar el lado oscuro y perverso del hombre. Contemplar esta instalación, era como observar a un hermoso y terrorífico animal, moviéndose con gracia desde la barrera. Algo similar a lo que podíamos ver siempre al comienzo de Twin Peaks, donde una máquina eléctrica era mostrada bajo un prisma humano y siniestro, desconcertante y atractivo.

The Killing Machine

The Killing Machine

 

ilouvretheprado

Confieso que no me acostumbro a mirar videos de artistas del siglo XX en Internet. Cada vez que tropiezo con una entrevista a Duchamp, o con un fragmento de Kandinsky, quedo tan maravillada como lo estarían mis abuelos o, el propio Pablo Picasso ante la televisión* Esta fascinación es consecuencia de mi antiguo cerebro, ese que estaba acostumbrado a estudiar Historia del Arte con los apuntes de Almudena y los libros de la biblioteca, y que veía además, como cosa de privilegiados -y poliglotas-, acceder a los archivos museísticos donde cabría encontrar este tipo de documentación.

En el video que adjunto, vemos a Richard Hamilton junto con la responsable de la exposición “Las Meninas de Richard Hamilton “, comentando el origen de este proyecto, dice “…como mucho de los trabajos que he realizado, es consecuencia de un encargo más […]  Se trataba de homenajear a Pablo Picasso en su 90 cumpleaños. ¿Cómo se puede homenajear Picasso?…es imposible” ríe.

Llama la atención, no obstante, que en repetidas ocasiones se refiere a su trabajo de artista, como “trabajos de encargos”, alejándose, de alguna manera, de la imagen de genio frívolo que envolvían a muchos artistas pop. De hecho la proyección de Hamiltón va más allá del Pop: teórico, diseñador industrial, gráfico, pintor…

Escribía Hal Foster en un Artforum de hace un par de años, que Hamilton era el último pintor vivo que nos quedaba; que a diferencia de Warhol o Lichtenstein, él no había copiado las formas publicitarias que engloban al Arte Pop, sino los mecanismos del deseo que estos encerraban. La preocupación del pintor, continuaba el crítico americano, era crear un nuevo lenguaje pictórico que asimilara la influencia de la alta y baja cultura sin que éstas se diferenciaran.

En otro momento del video, le preguntan si está feliz de que su trabajo se encuentre en el Museo del Prado, “es un sentimiento cercano al éxtasis” responde, mientras alza la vista con pleitesía. La risas continúan rememorando su casa de Cádaques, “una ruina”, o recordando momentos de aquel proyecto (el de las Meninas) que ya había olvidado: “Ah, veo que me coloqué junto con mi esposa en el primer estudio. Siempre pensé que lo había hecho en el último”. Y se le escapa otra sonora carcajada, que tiene su gracia porque minutos después se hablará de los egos de Picasso y Velázquez.

Creo que podría mirar este video durante horas, tanto por la amabilidad que desprende Hamilton, como por la preciosa luz blanca que lo envuelve. Blancura que expresa, además de conocimiento y bondad, ese tiempo irreal que transcurre en los museos donde se mezcla continuamente lo eterno y lo perecedero.

Y ahí está ese perro, al que el cámara encuadra con toda la intención, y que parece haberse salido del lienzo gracias a la maestría de Velázquez para sentarse entre los dos interlocutores y, seguir tranquilamente la charla, como hacemos tú y yo.

 

Richard Hamilton en el Museo del Prado

Una conversación entre Richard Hamilton y Manuela Mena

*Picasso TV: 30 de junio 16 noviembre, 2014. Museo Picasso Málaga, aquí