CARLOS, el del pelo blanco, una tarde muy tarde en la biblioteca intentaba que mi análisis de la imagen fuera más allá del texto que acompañaban a las ilustraciones. “Que te olvides de las características. ¿Tú qué ves ahí?…” La verdad era que no me atrevía a mirar por si no veía nada.
Ahora frente a Anciana leyendo (1631) de Rembrandt, he decidido pararme y mirar. Dejando a un lado lo que dice el rotulo, tengo la sensación de que Rembrandt ha querido establecer aquí una especie de paralelismo, entre la anciana que lee las sagradas escrituras aprovechando las últimas luces de la tarde (¡), con el espectador que también mira o lee, lo que la luz del cuadro le permite ver. Me gusta pensar que el pintor pretendía trasladar a la pintura lo mismo que ocurre cuando nos quedamos de repente a oscuras en una habitación que estaba muy iluminada.
Al principio no vemos nada, pero una vez el ojo se ha acostumbrado a la oscuridad, empezamos a ver nuevamente los objetos que habían quedado ocultos, dándonos cuenta de que el rostro de la anciana, que antes nos parecía borroso, está sólo ensombrecido y tratado con tanto esmero como su mano.